Conste ante todo que no me agrada referirme a categorías. En este caso lo necesito porque a fuerza de repetirlo lo hemos asimilado: si yo hablo de una persona de letras y otra de ciencias, todos sabéis a qué me refiero. Se trata, entonces, de una mera cuestión de comodidad.
Os pregunto: ¿cuál de entre todas las carreras de letras se distingue por su nula concesión a la ficción? O, ¿en qué carrera se persigue el análisis de la narración de hechos sin que intervenga ninguna elaboración posterior? Como no pongo en duda vuestra inteligencia, sé que imágenes de libros llenos de textos áridos, salpicados de fechas y cuadros de reyes con mandíbulas prominentes y gesto de inmenso aburrimiento ante la perspectiva de horas posando para el pintor de la corte han inundado vuestro recuerdo. La Historia, tal vez la decana de las ciencias humanísticas - que los ortodoxos me perdonen la herejía-, se concibió como el ejercicio de conservación de la memoria de sucesos que configuraron, para bien o para mal, el devenir actual de este o aquel país. Al principio - ¿de qué?... Al principio de todo, cuando se reunían en torno al fuego y sacaban las flautas de hueso y los instrumentos de percusión (hablando de flautas de hueso, en otro momento os contaré un cuento que leí con siete u ocho años y que consiguió que a esa edad comenzaran a fascinarme los relatos y películas de vampiros y aparecidos), las mismas pinturas que identificaban al clan en todas las caras, los niños durmiendo en los regazos de sus madres, las amenazas de la noche conjuradas por medio de aquel elemento todavía extraño, que les proporcionaba calor y mejoraba la textura de sus alimentos, entonces se hacía el silencio y la voz de los ancianos ascendía con las ascuas hacia el cielo negro. Entonces historia y ficción conformaban una madeja inextricable. Los primeros habían venido de lejos, o habían venido del cielo, o del agua (¿acaso importaba?). El fuego lo había encendido por vez primera una mujer habilidosa, o una madre, o nuestra madre, o la madre, que entonces empezaban a tallar en pedazos de roca maleable, y de la que se acordaban antes de salir a cazar, o cuando moría un niño. Pasaron los siglos (única obligación que le hemos impuesto al tiempo, la ficción por excelencia, las medidas en que lo diseccionamos y tratamos de comprenderlo) e historia y ficción se separaron de mutuo acuerdo, quedándose una en el ámbito de las universidades y mudándose la otra a regiones menos áridas. Y llegamos así a finales del siglo XX. Empequeñecido por pilas de libros, ajeno a que un complejísimo proceso neuronal acaba de desencadenarse en su cerebro, un teórico y crítico literario levanta la vista para descansar unos instantes. Si pudiésemos echar un vistazo, ocultándonos entre los libros y en completo silencio para no interrumpir su concentración, veríamos que sus ojos se iluminan con un brillo extraño, y que toma bolígrafo y cuaderno para sacudir con lo que está a punto de anotar los cimientos de la historiografía tal y como entonces se concebía. La Historia, escribe Greenblatt, no está en relidad tan alejada de los presupuestos de la ficción. ¿Hasta qué punto la Historia, que se precia de su imparcialidad, no es sino el resultado de la elaboración narrativa de un hombre, con sus opiniones, sus odios y simpatías? ¿No es ficción (la mano de Greenblatt apenas sigue el ritmo de su pensamiento) interpretar el suceso X como el resultado de la causa Y, y no sólo eso, sino determinar con autoridad incuestionable que el suceso X empieza en esta fecha y acaba en esta otra? ¿Y quién o quiénes deciden qué sucesos merecen ser recordados?
(Hm... Dadme un voto de confianza y perdonad la digresión. Continúo mañana)
2 years ago
1 comment:
Sí. Y sin ir más lejos te voy a poner un ejemplo no político y relativamente reciente. Todos sabemos que Ben-Hur (en la versión de 1959, repuesta tropecientas cincuenta mil millones de veces en televisión dado que en los últimos 100 años de producción cinematográfica mundial no debe de haber nada más interesante que ver) ganó una burrada de Oscars, y que la versión de Cleopatra con Liz Taylor fue un rotundo fracaso comercial. Podríamos decir una burrada de títulos de "Jichcoch" aún sin tener del todo claro cómo se escribe su nombre, incluso podríamos (y de hecho todos podemos) interpretar la escena en la que Escarlata O'Hara jura que nunca más volverá a pasar hambre, pero... ¿alguien puede decirme el título de alguna película española de aquella época? no ya personajes, diálogos... sólo el título. Y estoy preguntando por una película española, que ya no digo francesa, alemana, italiana o japonesa. Porque haberlas, haylas. Algo falla ¿no?
Y eso sin meternos en política, porque nadie habla de las checas que tenían en Madrid los republicanos durante la guerra civil (por supuesto mucho menos importantes que todo que hicieron los nacionales, pero no por ello inexistentes), medio mundo hemos tenido como icono a seguir en algún momento de nuestra vida al Ché (nadie cuenta su lado sanguinario y violento), en China se adora a Mao a pesar de ser el mayor genocida de la historia... y así podríamos seguir. La historia del "descubrimiento" de América es también digna de la mejor pluma eclesiástica, porque que alguien me explique qué tuvo de estupendo todo aquello, en fin.
En el libreto de un disco que tengo hábilmente dice (copio tal cual):
"En el año 1997 murieron de hambre en este planeta 13.000.000 de niños, 2.500.000 personas de Sida, 2.375 bajo la aplicación de la pena de muerte...
... pero la mayoría solo lo recordará por el año en el que murió Lady Di."
Y es que joder la turra que dieron con la Lady Di, con el Papa, con la Jurado... y desgraciadamente eso será lo que pase a la historia, y no por ejemplo el programa de radio que desde hace más de una década se emite en Murcia en árabe y español con el objetivo a crear lazos entre inmigrantes y españoles, o la charla amable del grupo "V y sus amigos arreglan el mundo" que no por poco difundida es menos importante.
PD: Entre esto y lo del vestido de bodas me estoy empezando a solidarizar con esas mujeres que a los cinco minutos sueltan un "pero Pepiño, cariño, un poco más, que todavía estoy mezclando la masa..."
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