Wednesday, October 31, 2012

... Y por esto no sería una buena etimóloga.



El otro día me preguntaron a qué nos referíamos exactamente los estudiantes (en el sentido más amplio del término) de disciplinas humanísticas cuando las rebautizábamos como "ciencias sociales". Supongo, (contesté tras pensarlo detenidamente un tiempo), que queremos dar un barniz científico a lo que hacemos. El método científico es simple (tan simple que resulta estético en su simplicidad), e incontestable. Si antes del siglo XIX la ciencia se asociaba a gabinetes oscuros donde alquimistas estrafalarios trasteaban con émbolos y recipientes barrigudos, mientras que la universidad se reservaba a quienes querían consagrar su vida a la teología o filosofía, con el advenimiento del método científico la situación da un vuelco radical e irreversible. No me malinterpretéis. No es que la filosofía haya perdido desde entonces su valor intrínseco, aunque sucesivas reformas educativas se empeñen en lo contrario, sino que los hombres y mujeres (siento el duplicativo) se dieron cuenta de que, en lugar de proponer un complejo y sesudo modelo de pensamiento que abarcase y diese sentido a la realidad, podían tomar esa realidad y diseccionarla hasta volverla comprensible en términos físicos: en biología, esto nos ha llevado a descifrar y manejar ADN; en física, a investigar qué ocurre exactamente a nivel subatómico, lo que, paradójicamente, ha abierto las puertas a la comprensión del universo.

Cualquier intento de aplicar el método científico de forma más o menos estricta a la literatura ha resultado infructuoso. Si os interesa, unos académicos rusos lo intentaron en las primeras décadas del siglo XX, tratando de reducir la complejidad de la narración a una serie de bloques formales. ¿Una lección rápida de formalismo ruso? Tomad un cuento tradicional, donde A es el protagonista. A se enfrenta al antagonista, B, y a lo largo de la acción recibe ayuda por parte de varios auxiliares, pongamos C, D y E. En muchos cuentos tradicionales se incluye un objeto mágico (x) y A debe completar una serie de acciones (1, 2, 3). De modo que, de acuerdo con los formalistas rusos, un cuento tradicional podría reducirse a una estructura básica: A: (1,2,3 (x) /C, D ,E) - B. Esta estructura sería extrapolable a todos los cuentos tradicionales, con pequeñas variaciones (el artículo en Wikipedia sobre Vladimir Propp -en inglés-, es mucho más exhaustivo y serio, pero os dará una idea más aproximada de lo que pretendía explicar). Por supuesto, como muchos otros movimientos de crítica literaria, aunque supuso una revolución en su momento, no llegó a cuajar. Y los intentos por someter la literatura al método científico se han sucedido, pese a lo cual me temo que, sin restarle mérito a ninguno de ellos ya que todos aportan visiones interesantes sobre la producción e interpretación de textos literarios, ninguno lo ha conseguido de forma totalmente satisfactoria.

Método científico 1, literatura 0. Pero las lenguas, amigos, son otra cosa. Las lenguas evolucionan siguiendo patrones comunes: son prácticamente un organismo vivo. Tomad la fonética, por ejemplo. ¿Registro de datos físicos, fríos y objetivos? Sí. ¿Posibilidad de formular hipótesis y demostrar su validez? Claro que sí. Y sin embargo, de entre todas las disciplinas que abarca la lingüística, y si tuviera que dedicarme a una profesionalmente (en un mundo hipotético en que realmente me pudiese ganar la vida con ello), yo me quedaría con la geología de las lenguas: la etimología. Cada vez que encuentro una conexión remota entre dos palabras de distintas lenguas, una pequeña parte de mí da un saltito de alegría: obnoxious, en inglés, es prima en tercer grado del adjetivo gallego noxento (y en el Bierzo, cuando algo te da noxo, es que te provoca cierta repugnancia). El puente entre ellas lo tiende el término latino nocere ("dañar"), que a su vez se remontaría a la raíz proto-indoeuropea (!!!!) nek- ("muerte"). Os juro que se me ha hecho literalmente la boca agua (I am a freak, I know). Por desgracia, sé que nunca llegaría a ser una buena etimóloga. ¿Por qué?, ¡Si acabas de escribir que te apasiona! (pensaréis). La primera razón es que soy obsesiva y hay DEMASIADOS misterios etimológicos que son prácticamente imposibles de resolver (preguntadle a la vecina de Barrillos). La segunda razón es que la etimología creativa (o etimología aparente) es mi debilidad. Una etimóloga seria se entera de que Isidoro de Sevilla pensaba que cadáver era un acrónimo de la frase latina cara dada verum, i.e., "carne dada a los gusanos" y, aunque reconocería su inventiva, lo despacharía con desprecio. Yo vislumbro un alma gemela. Y la tercera razón es que mi imaginación corre más rápido que mi capacidad de razonamiento. Antes de leer a Flannery O'Connor, ya sentía cierto afecto por ella. ¿Por qué? Porque Flannery me sonaba a postre y a franela. Aún después de leer sus obras y descubrir que la mujer escribía sobre cuestiones raciales y violencia extrema en historias pobladas por personajes grotescos, asociales y marginados por una sociedad hostil (¡leedla, es genial!), siempre que me topo con su nombre me imagino tomándome un flan con una bata calentita de franela. O la palabra inglesa panache; tuve que encontrármela varias veces en diferentes textos para asimilar que no se trataba de un plato francés tipo empanada de hojaldre, sino de un sustantivo que hace referencia a una actitud exuberante y/o arriesgada: In the face of war, the general acted with panache.

... Y (creo que lo he dejado meridianamente claro), por esto no sería una buena etimóloga.

N: A lo largo de la (larga) redacción de esta entrada, he descubierto que Cacabelos proviene del latín caccabelus, diminutivo de caccabus ("olla, puchero"), lo cual os autoriza a llamarme garbancita* (si os da por ahí).

* También podríais llamarme patatita, repollito, morcillita y demás diminutivos de elementos del cocido tradicional.
(Por favor, no me llaméis morcillita. Mi autoestima nunca se recuperaría).

http://www.canedo.eu/canedo/apellidoca.html

Monday, October 29, 2012

A scary realization

... That you're just a tiny satellite orbiting other people's planets.

This is a quote by J.C. Oates (as I remember it, which means it's probably half made up).