Monday, October 29, 2007

Casandra

Me la imagino vestida de blanco, pálida y con ojeras de mil noches de insomnio, refugiada en el templo de Atenea mientras la luz dorada de la aurora arranca un brillo vítreo de los ojos muertos de sus compatriotas, meros cuerpos diseminados por la ciudad que acaba de caer. De los personajes femeninos de la Ilíada
(Casandra escucha ahora un ruido continuo y desagradable; tus músculos, o los míos, se habrían puesto en tensión y nuestra mente habría tratado de descubrir la fuente de dicho ruido: ella sabe que lo produce la espada de Áyax al rozar los muros fríos de piedra del templo de la diosa, del mismo modo que sabe, sin lugar a dudas, que él la encontrará y la convertirá en su prisionera),
Helena, la reina de la pasividad, siempre me resultó menos atractiva que Casandra, quien por atreverse a engañar a Apolo se había hecho merecedora de un castigo que sólo podría haber salido de la retorcida imaginación de un dios griego: nadie escucharía sus vaticinios siempre acertados.

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