(Inciso: en cuanto vuelva de París me pondré a escribir un mix con mi y vuestros inconfesables, una canción que nos hermane en la vergüenza. Si alguien se anima, que escriba las primeras líneas)
Le he estado dando vueltas al tema: ¿por qué me atrae tanto el género de terror en sus variantes cinematográfica y literaria?. Leí en una ocasión por ahí (¿no os encanta la precisión de mis fuentes?) que a esa sensación entre lo agradable y lo desagradable la denominan "miedo controlado": el control que una misma ejerce sobre la situación que le provoca miedo desencadena el placer. Cambiad "miedo" por "dolor" y, qué curioso, obtendréis la definición de masoquismo (y no, no encuentro excitantes ni las correas, ni los látigos, ni el cuero negro*). Y aunque no logre dar con unas razones convincentes que expliquen mi afición, sí que recuerdo con qué relato experimenté por primera vez ese "miedo controlado". Se trata de un cuento recogido en una antología de los hermanos Grimm que se titulaba "La flauta de hueso" y que leí, calculo, con unos siete u ocho años. Lo encontré en Internet en inglés ("The Singing Bone"), en una versión (estoy convencida) mucho más próxima a la oral que los Grimm debieron de escuchar de los labios de pergamino de una anciana. Lo que vais a leer a continuación es el resultado de mis recuerdos y la traducción de este cuento (link al final).
Eráse que se era un reino asolado por un dragón que destrozaba las cosechas, mataba al ganado y convertía en guiñapos a los campesinos con sus garras. El desesperado Rey prometió una sustanciosa recompensa a quien le entregara la cabeza del dragón, pero se trataba de una bestia tan enorme y fiera que ni los más valerosos caballeros osaban acercarse a la cueva que habitaba.
Entre los caballeros del Rey se contaba Sir Henry, un hombre fanfarrón y vanidoso que tenía a su servicio al honrado Jack, un escudero sencillo y de buen corazón. A Sir Henry, lleno de deudas, le quedaba poco más que su caballo, su armadura y la fidelidad inquebrantable de Jack, así que decidió una mañana partir en busca del dragón. Jack ensilló el caballo de Sir Henry y su vieja mula y juntos se encaminaron hacia la cueva. Poco antes de llegar se encontraron con una anciana que descansaba a la vera del camino. "Sir Henry, tomad esta espada. Atacad con ella al dragón y clavádsela en el corazón. Sólo así conseguiréis terminar con él". Se trataba de una espada excelente, de modo que a pesar del desprecio que la figura encorvada de la anciana despertaba en él, Sir Henry la aceptó.
La entrada de la cueva despedía oleadas de calor acompañadas de un hedor insoportable. Sir Henry empalideció, pero agarró con decisión la espada y entró. La visión de la bestia, una serpiente alada de escamas negras enroscada sobre sí misma, coronada por una cabeza desproporcionada, lo llenó de pavor y sin pensárselo dos veces salió corriendo de la cueva. Mientras recuperaba el aliento, con la espalda apoyada sobre la fría piedra, el honrado Jack lo observaba compadecido. Lo ayudó a incorporarse y recogió su espada. "Quedaos aquí, Sir Henry. Yo lo intentaré". Antes de que pudiera pronunciar la palabra "Estúpido" la figura rechoncha de Jack se había difuminado en la negrura de la cueva. Sir Henry decidió esperar un tiempo, convencido de que pronto escucharía los chillidos desgarrados de su escudero. Los gritos, sin embargo, no resonaron en las paredes de la cueva, ni siquiera después de que los gruñidos de la bestia lo llenaran de pavor. Y cuando Sir Henry empezaba a pensar en recoger sus bártulos y encaminarse de vuelta al castillo, la entrada de la cueva le devolvió a su escudero, que salía arrastrando la enorme cabeza del dragón.
"¡Señor! ¡Señor! La anciana tenía razón, señor. El dragón vino hacia mí, y yo me quedé quieto. No podía moverme del miedo que sentía, pero me arrodillé y el dragón pasó por encima de mí, así que cuando vi que podía clavarle la espada en el corazón, la levanté. ¡Y acerté, señor! ¡Se la clavé en el corazón! ¡En el...! ... ¿Señor?..." Jack soltó la cabeza y se volvió hacia Sir Henry, que lo miraba con ojos pensativos y la lanza todavía entre las manos. Jack se tocó la herida, de la que manaba la sangre como de una fuente. Mientras Sir Henry cargaba la cabeza en la montura de su escudero, el honrado Jack murió. Sir Henry lo enterró al pie del viejo roble que custodiaba la entrada de la cueva y puso rumbo al castillo, donde lo esperaban su recompensa y honores sin cuento.
Fin.
¿Fin? No te lo creas. ¿Cómo iba a quedar el malvado Sir Henry sin castigo? ¿Y qué pasa con el héroe, Jack el honrado, convirtiéndose en mantillo bajo el roble? Recuerda que se trata de un cuento, y a la edad en que tus padres te cuentan cuentos todavía confían en que creas que el mundo se rige por las leyes del honor, la justicia y la bondad. Así que, querido mío o querida mía, confía tú también. Continúo a la vuelta.
2 years ago