En uno de mis cursos de doctorado dedicamos unas doce horas a comentar el cuento "La Bella y la Bestia". Recuerdo que empezamos con la lectura psicológica; analizamos a la Bestia como hipertrofia de los caracteres masculinos -cuerpo velludo, voz atronadora, furia desbocada, autoritarismo-, también la imposición a Bella de someterse a todo y amar lo que al principio sólo le infunde rechazo y horror... Y el cuento cumpliendo con su función implícita de suavizar el shock que les espera a las niñas tras su boda de ensueño: el descubrimiento del cuerpo masculino y el sexo, que, en la época en que se escribe el cuento en su forma actual (puesto que bebe de fuentes más antiguas) se entendía como una experiencia traumática que las jovencitas debían vivir como un sacrificio (aunque la narradora dejaba una puerta abierta a la esperanza: al final la Bestia resultaba ser el más apuesto de los príncipes). Como colofón leímos una reescritura postomodernista del cuento, firmada por Angela Carter, que os recomiendo de corazón, y por tanto no os voy a destripar; basta con que sepáis que en lugar de una Bella sumisa y dócil, dispuesta a sacrificarse, esta Bella se comporta como una mujer adulta y madura (el contexto sensual y decadente, y sobre todo el final, cortan el aliento).
Bien. Como modo de conocernos mejor y establecer una dinámica de grupo, el primer día el profesor nos propuso que eligiéramos nuestro cuento favorito y explicásemos el porqué de nuestra elección. "My favourite tale is Little Red Riding Hood. Why? Because... Well, because..." Y ahí terminó mi intervención. Sabía que Caperucita Roja era mi cuento favorito, pero desconocía la razón. A lo largo de estos años he reflexionado sobre el tema (¿por qué malgastamos el tiempo pensando en la respuesta perfecta a preguntas enterradas en el pasado?) y creo que lo he descubierto: me encanta Caperucita Roja porque te anticipas al personaje. De niña disfrutaba sabiendo que el bulto bajo las sábanas de la abuelita, en la oscuridad de la cabaña perfumada de hierbas medicinales y miel, en realidad no era la abuelita. Y ese placer se intensificaba con cada segundo que Caperucita arañaba al cumplimiento de su cruel destino mediante observaciones insulsas (nunca, desde entonces, la estulticia ha vuelto a resultarme tan atrayente). En mi mente, Caperucita se entretenía hasta con el último, insignificante pelito de la barba de su "abuela". Y yo me retorcía, primero bajo la vista de mis padres, que seguro que se partían de risa, luego -bien pronto: la lectura me acompaña desde que recuerdo- sujetando el libro enorme con ayud de las rodillas, pensando que en cualquier momento, en cuanto mi madre recuperase el aliento o yo siguiese leyendo, el lobo iba a saltar de la cama, para sorpresa de la niña, y devorarla de un solo bocado, condenada a muerte hasta que el viril y sagaz leñador la sacase de la tripa de un tajazo.
Para ser fiel a la persona que soy ahora, siento que le debo otro final a Caperucita. Recordad, queridos niños que una vez fuisteis y seguís siendo en el fondo, que la tradición literaria oral la determinan los narradores (y no el negocio editorial).
Y el lobo se la tragó de un bocado. Caperucita descendió por el esófago y aterrizó sobre algo blando. Sabía que se encontraba en el estómago y alargó el brazo para averiguar qué le hacía compañía en tan estrecha e incómoda estancia. Otra mano se aferró a la suya con desesperación. Su abuela. Si no salían pronto de allí, ambas se ahogarían. Notó que la soltaba un instante para depositar algo en su mano. Por el tacto, Caperucita supo que se trataba de un pequeño cuchillo de cocina. Y entonces, con determinación y valentía, se abrió paso desde las entrañas del lobo al exterior. Ayudó a continuación a salir a su abuelita. Ante el espectáculo de la anciana y la niña cubiertas de sangre y tripas, un leñador que pasaba por allí no pudo contenerse y se retiró a vomitar a unos arbustos. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
Posibles críticas:
a) ¿Son Caperucita y su abuela inmunes a los jugos gástricos? Lo son (licencia poética);
b) ¿No me da pena el lobo? No. El lobo ha intentado comérselas.
Besos, queridos niños que una vez fuisteis y seguís siendo en el fondo.