2 years ago
Tuesday, February 27, 2007
By the way...
Me vendría bien en este caso que compartiérais conmigo vuestra sabiduría y me contárais a qué remedios acudís en momentos de bajón. Yo he mencionado el alcohol ("Mal, mal, orina de Satánas" -Bridget Jones dixit) y el chocolate, lo que descarta el alcohol, el chocolate, y por extensión el helado de chocolate al brandy, ron, etc. ¿A qué perversiones recurrís?¿Escucháis el disco de recopilación de ABBA - y lloráis cuando suenan los acordes de "Chiquitita"? ¿Os ponéis el pijama -de franela- y azotáis a vuestros peluches con regaliz rojo...?
Explicación
Cuando nos vienen mal dadas, cuando la apatía gana la partida, cuando nos acecha el fantasma de la depresión, cuando la autoestima te abandona como el desodorante, cuando nos vence el estrés, hay gente que...
a) sale una noche, se emborracha, duerme hasta las tres de la tarde y se levanta como si nada hubiera ocurrido, dispuesta a seguir con su vida donde la había dejado;
b) queda con sus amigos, compra tres litros de helado de chocolate (con trocitos), reparte cucharas y les abre su alma, tal vez llora hasta que le escuece la cara por las lágrimas, pasa un par de días abatida y... Sigue con su vida.
Y luego estamos "los demás" :(
Mal hecho, lo sé, estáis ahí y os preocupáis un poquito por mí... Me siento mejor y procuraré informaros de mis progresos.
a) sale una noche, se emborracha, duerme hasta las tres de la tarde y se levanta como si nada hubiera ocurrido, dispuesta a seguir con su vida donde la había dejado;
b) queda con sus amigos, compra tres litros de helado de chocolate (con trocitos), reparte cucharas y les abre su alma, tal vez llora hasta que le escuece la cara por las lágrimas, pasa un par de días abatida y... Sigue con su vida.
Y luego estamos "los demás" :(
Mal hecho, lo sé, estáis ahí y os preocupáis un poquito por mí... Me siento mejor y procuraré informaros de mis progresos.
Friday, February 09, 2007
El Taxista... (¿Guay?)
DRAMATIS PERSONAE
Taxista
Cliente
En el escenario, dos asientos (sillas, cubos... Lo ideal serían dos asientos de coche). El taxista sostendrá un volante, y si se logra conseguir también una caja de cambios, que el taxista manejará con gestos casi involuntarios de tan repetidos, resultaría perfecto. El taxista espera (coloca el retrovisor, juguetea con el muñequito que de allí cuelga, descansa la mano en la palanca de cambios...). Llega la cliente, arrebujándose en su ropa de abrigo. Abre la puerta y se sienta a su lado.
C: ¡Qué frío!
T: ¿A dónde te llevo?
C: A la estación.
T: (Paciente) ¿De trenes o de autobuses?
C: (Sonríe disculpándose) De autobuses, perdona.
(Suena el intermitente. El coche arranca y se ponen en marcha. Pasan unos segundos. El taxista tose, se lleva la mano a la boca. Sigue tosiendo con grandes ademanes).
C: (Tratando de iniciar conversación, tono que desborda simpatía). Vaya gripe, ¿no?
T: Sí. Llevo ya unos meses así.
C: ¿Unos meses?
T: Sí, es una de estas gripes que... De aquí a la tumba.
C: (Un tanto sorprendida) Hombre... No será para tanto.
T: ¿Que no? Ayer, sin ir más lejos (señala un punto indefinido en el espacio), en esa calle de allí, un chaval... Ni veinte años tenía.
C: ¿La gripe?
T: ¿Qué gripe? Le dio un arrebús y se fue para el otro barrio. Los médicos no se lo explican.
C: Qué... qué lástima.
T: La vida, mujer, la vida. El padre de mi cuñado... (Lo interrumpe otro ataque de tos).
C: (Como si se esperase de ella una reacción, aunque la situación empieza a incomodarla. Evita mirar al taxista, se gira hacia la ventana, se sube el cuello del abrigo, etc.) ¿Sí?
T: El otro día, come, se arregla - como siempre, vamos-, baja a jugar a las cartas, empieza a encontrarse mal... Y allí se queda como un pajarito.
C: Ah. De repente, así...
T: ¿Cómo de repente? Una gripe que no se tenía. Pero ya sabes, era mayor, se cuidaba poco, no le dio importancia...
C: Vaya por dios.
(Silencio. Transcurre medio minuto en que el taxista sigue conduciendo, girando - momento en que ambos se inclinan ligeramente en la dirección que corresponda-, poniendo y quitando el intermitente, encendiendo y apagando la radio, buscando emisoras, etc. Pasado el medio minuto, el taxista mira con disimulo a su cliente).
T: (Aclarándose la garganta) Mi amigo Manolo el del pueblo.
C: (Mirando por la ventana. Interesada a su pesar) ¿Qué le ocurrió?
T: Le gustaba sacar a pasear al perro por el monte. Le chiflaba la naturaleza, se pasaba horas solo por allí arriba. Pero llega la hora de cenar y Manolo que no aparece. Que no aparece y que no aparece y su mujer llama al guardamontes, a la guardia civil... ( Se detienen entonces con cierta brusquedad) Hala, rica, hemos llegado. Son cinco euros. (La cliente busca en su cartera y saca el dinero, mientras el taxista continúa hablando). Lo encontraron a la madrugada. Lo había picado una abeja.
(La cliente abre la puerta, se baja del coche. Duda, mantiene la puerta abierta).
C: ¿Era alérgico?
T: (Sonríe como el orador que tiene siempre la última palabra). No. Lo picó en la garganta y murió de asfixia. Y ciérrame la puerta que este frío va a acabar conmigo.
Ahí lo tenéis. Me ocurrió el viernes pasado. La única licencia artística* que me he tomado ha sido la de hacer coincidir el fin de la conversación con el fin del viaje (en realidad nos quedamos en silencio los cuatro minutos más incómodos de mi vida).
*Vale. No era una abeja, en realidad me dijo avispa. Y vale, en realidad el padre de su cuñado y su amigo Manolo se referían a la misma persona y no recuerdo exactamente las circunstancias en que esa persona murió.
Taxista
Cliente
En el escenario, dos asientos (sillas, cubos... Lo ideal serían dos asientos de coche). El taxista sostendrá un volante, y si se logra conseguir también una caja de cambios, que el taxista manejará con gestos casi involuntarios de tan repetidos, resultaría perfecto. El taxista espera (coloca el retrovisor, juguetea con el muñequito que de allí cuelga, descansa la mano en la palanca de cambios...). Llega la cliente, arrebujándose en su ropa de abrigo. Abre la puerta y se sienta a su lado.
C: ¡Qué frío!
T: ¿A dónde te llevo?
C: A la estación.
T: (Paciente) ¿De trenes o de autobuses?
C: (Sonríe disculpándose) De autobuses, perdona.
(Suena el intermitente. El coche arranca y se ponen en marcha. Pasan unos segundos. El taxista tose, se lleva la mano a la boca. Sigue tosiendo con grandes ademanes).
C: (Tratando de iniciar conversación, tono que desborda simpatía). Vaya gripe, ¿no?
T: Sí. Llevo ya unos meses así.
C: ¿Unos meses?
T: Sí, es una de estas gripes que... De aquí a la tumba.
C: (Un tanto sorprendida) Hombre... No será para tanto.
T: ¿Que no? Ayer, sin ir más lejos (señala un punto indefinido en el espacio), en esa calle de allí, un chaval... Ni veinte años tenía.
C: ¿La gripe?
T: ¿Qué gripe? Le dio un arrebús y se fue para el otro barrio. Los médicos no se lo explican.
C: Qué... qué lástima.
T: La vida, mujer, la vida. El padre de mi cuñado... (Lo interrumpe otro ataque de tos).
C: (Como si se esperase de ella una reacción, aunque la situación empieza a incomodarla. Evita mirar al taxista, se gira hacia la ventana, se sube el cuello del abrigo, etc.) ¿Sí?
T: El otro día, come, se arregla - como siempre, vamos-, baja a jugar a las cartas, empieza a encontrarse mal... Y allí se queda como un pajarito.
C: Ah. De repente, así...
T: ¿Cómo de repente? Una gripe que no se tenía. Pero ya sabes, era mayor, se cuidaba poco, no le dio importancia...
C: Vaya por dios.
(Silencio. Transcurre medio minuto en que el taxista sigue conduciendo, girando - momento en que ambos se inclinan ligeramente en la dirección que corresponda-, poniendo y quitando el intermitente, encendiendo y apagando la radio, buscando emisoras, etc. Pasado el medio minuto, el taxista mira con disimulo a su cliente).
T: (Aclarándose la garganta) Mi amigo Manolo el del pueblo.
C: (Mirando por la ventana. Interesada a su pesar) ¿Qué le ocurrió?
T: Le gustaba sacar a pasear al perro por el monte. Le chiflaba la naturaleza, se pasaba horas solo por allí arriba. Pero llega la hora de cenar y Manolo que no aparece. Que no aparece y que no aparece y su mujer llama al guardamontes, a la guardia civil... ( Se detienen entonces con cierta brusquedad) Hala, rica, hemos llegado. Son cinco euros. (La cliente busca en su cartera y saca el dinero, mientras el taxista continúa hablando). Lo encontraron a la madrugada. Lo había picado una abeja.
(La cliente abre la puerta, se baja del coche. Duda, mantiene la puerta abierta).
C: ¿Era alérgico?
T: (Sonríe como el orador que tiene siempre la última palabra). No. Lo picó en la garganta y murió de asfixia. Y ciérrame la puerta que este frío va a acabar conmigo.
Ahí lo tenéis. Me ocurrió el viernes pasado. La única licencia artística* que me he tomado ha sido la de hacer coincidir el fin de la conversación con el fin del viaje (en realidad nos quedamos en silencio los cuatro minutos más incómodos de mi vida).
*Vale. No era una abeja, en realidad me dijo avispa. Y vale, en realidad el padre de su cuñado y su amigo Manolo se referían a la misma persona y no recuerdo exactamente las circunstancias en que esa persona murió.
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