Era enorme, con los ojos rojos y las grisáceas costillas visibles bajo la piel; cualquiera, esto es, cualquiera excepto la hija de un lugareño, se habría muerto de miedo. Se tiró a por la garganta, como hacen los lobos, pero ella lo rechazó con el cuchillo de su padre y le rebanó la pata delantera derecha.
El lobo dejó escapar un gruñido que sonó como un quejido cuando comprobó lo que le había ocurrido: los lobos son en realidad más cobardes de lo que parecen. Se alejó cojeando a tres patas, dejando un rastro sanguinoliento entre los árboles. La niña limpió la hoja del cuchillo en su mandil, envolvió la pata del lobo en el trapo con que su madre había hecho un paquetito con los pasteles de avena y retomó el camino hacia la casa de su abuela. Empezó a nevar de pronto, con tal intensidad que cualquier huella o rastro, y hasta el camino en sí, dejaron de ser visibles.
El estado de su abuela, tan enferma que se había metido en la cama y había caído en un sueño irregular, salpicado de quejidos y tiriteras, le llevó a pensar que era víctima de unas fiebres. Le puso la mano en la frente. Ardía. Se le ocurrió mojar el trapo que envolvía la pata para refrescar a la anciana, y al sacudirlo la pata cayó al suelo.
Pero ya no era una pata de lobo. Era una mano humana, cortada a la altura de la muñeca, una mano encallecida por el trabajo a la intemperie y sombreada por las pecas de la edad. Tenía un anillo en el anular y una verruga en el índice. Por la verruga supo que se trataba de la mano de su abuela.
No quiero herir (más) sensibilidades "en fechas tan señaladas". Dejo el resto para otra ocasión. Por cierto, ¿vosotros creéis en la memoria atávica? No creo que exista este concepto como tal, de modo que me explicaré. ¿Creéis que existe un conjunto de datos que almacenamos en la memoria como especie, ciertos conocimientos que no aprendemos sino que "vienen de serie", por decirlo así? Generativismo aparte (que os veo venir a las lingüistas), recuerdo una anécdota que me contaba mi abuela. Cuando ella tenía seis o siete años, mi bisabuelo la dejó cuidando un pequeño rebaño de ovejas en el monte. Mi abuela se distrajo un momento (¿un pájaro, una mariposa, una flor? ¿Qué te distrae cuando cargas con una responsabilidad de adulto a los seis años?) y cuando se volvió, un lobo ("el" lobo, como ella dice) se estaba llevando un corderito entre las fauces. A mi abuela se le ocurrió tirarle unas piedras, que al animal le rebotaban en los costados. Acabó llevándose al cordero, para desconsuelo de mi abuela. ¿Me vendrá de ahí la preferencia por Caperucita? ¿Me lo contó tal vez cuando tenía cuatro o cinco años y se me fijó como una lapa al subconsciente?
Anécdota b): tengo tres o cuatro años. Lo sé porque alguien, creo que mi madre, me está ayudando a bajar las escaleras. Me agarro con fuerza a su mano. Ya ha anochecido, la luz del pasillo está encendida. Llegamos al rellano de nuestro piso. Entonces la veo y juraría que ella me mira a mí, fijamente, con unos ojillos negros, brillantes e inteligentes. Es una rata enorme, la primera que veo en mi vida. Abro la boca y empiezo a gritar. Fundido en negro.
¿Por qué me asusté si nunca antes había visto una rata? ¿Un recuerdo transmitido de generación en generación, una advertencia sobre sus dolorosos mordiscos y las enfermedades que podían transmitir en una época en que por cada niño que nacía morían tres?