En Londres hace frío. No sé si los mismos grados (bajo cero) que en León, pero en estas latitudes cobra sentido la tan traída expresión "sensación térmica": es un frío húmedo que traspasa capa tras capa de ropa, no matter what. Si tuviéramos que atribuirle una nacionalidad, lo llamaríamos frío escocés por su tenacidad y cabezonería (recurriendo a los estereotipos que reinan en estas Islas).
Me dedico sin mucho entusiasmo a pasar a limpio mis notas. M me aconseja que intente anotar directamente en el ordenador. Y, aunque lo he intentado, siempre vuelvo al viejo estilo (del libro a la hoja, de la hoja al ordenador). Old dog doesn't learn new tricks.
No es que en la habitación haga frío, me digo mientras aferro con las dos manos la taza de té (verde al limón, nada de Black Twinnings, thank you so much). El radiador cumple su función e irradia a toda potencia, pero el Sean Connery de los fríos lleva todas las de ganar. Pienso en desplazar la mesa justo al lado del radiador. Los enchufes quedarían entonces demasiado lejos. Me tomo un par de sorbos de té para consolarme. Entonces estornudo (dos veces) y un cubito de hielo serpentea por mi espalda. No. Otro resfriado no. No suelo resfriarme y este invierno ya he caído una vez. Medidas drásticas, pienso, mientras rebusco en un cajón. Antes de volver a la también fría, pero menos, España, tuve que comprar algo en Boots, la cadena de droguerías/farmacias más popular de Gran Bretaña. La dependienta me obsequió con una cajita de uno de sus productos, a saber: "Instant Vitality, Vitamin C and Probiotic in an easy to take 'on the go' sachet". Aunque sí que existen farmacias como las conocemos en España, para los medicamentos más comunes (aspirina, paracetamol, antigripales) los británicos acuden a las droguerías. En el momento no me había hecho especial ilusión el regalo, pero si el chute de vitamina C me evita otros tres días de meninges de plomo, estornudos y goteo incontrolado, estoy dispuesta a intentarlo.
"Agh, blackcurrant flavour. A ver los componentes... Bien". Abro el sobrecito y echo un vistazo. Aparte del sabor, el aspecto tampoco promete. Los gránulos no se deshacen en la boca. Menos mal que tengo un vaso de agua a mano. Arrugo el sobre entre los dedos y voy a tirarlo a la papelera cuando veo un pequeño recuadro al que no había prestado atención. La famosa RDA, o "Cantidad Diaria Recomendada". Me llama la atención un 833 sobre el resto de equilibrados 100. Compruebo que se trata de la vitamina C. Y la RDA viene en tantos por ciento. Así que me he tomado ocho veces la cantidad diaria recomendada de vitamina C.
Mi pregunta es: ¿es esto aconsejable? Si una cantidad ha sido estipulada (¿por quiénes?) como saludable o no dañina al menos, tomar ocho veces esa cantidad, ¿es malo?
Mientras espero vuestras respuestas, he vuelto a la miel con limón de las abuelas españolas.
(Ah, y feliz año. Y eso.)