Me quedan apenas veinte páginas para terminar el libro "Mentiras fundamentales de la Iglesia Católica", de Pepe Rodríguez, quien se despacha a gusto contra los dogmas y la estructura eclesiástica de la Iglesia de Roma. Sin poder evitar transmitir (sin ni siquiera intentarlo, should you ask me) cierto cinismo amargo por las vergonzantes manipulaciones de las fuentes originales y las escandalosas actitudes de muchos padres fundadores, más interesados en el lujo terrenal que en la salvación de los fieles, Rodríguez desmonta uno a uno los principios "incontestables" de la religión católica. Este libro y una intensa charla de amigos una noche en un café me han llevado, como me sucede cada cinco o seis años, a una crisis espiritual a pequeña escala. Aquella noche, M me describió como una católica desencantada con el rito y que había sustituido la religión organizada por creencias "difusas" (el famoso karma del que seguro me habéis oído hablar). Opinaba M que las creencias religiosas conforman la visión de la realidad de los fieles; en las sociedades cristianas, por ejemplo, rige una concepción lineal del tiempo porque la Biblia delimita un punto de origen (la Creación) y un colapso (la Parusía o Segunda Venida de Jesucristo) que marcaría el "fin de los tiempos" (aunque no me parece esta la más correcta de las expresiones, dado que según la teología escatológica, tras el Juicio Final se producirá una Restauración y "todo lo viejo será hecho nuevo"-Apocalipsis 21:5-, con las connotaciones cíclicas que el término "restauración" conlleva). Esta dependencia entre cristianismo y concepción de la realidad, argumentaba M, se aplica a muchos otros niveles, de modo que, aunque renunciásemos a la Iglesia mediante la apostasía, por nuestra filiación cultural nunca dejaríamos de ser católicos ( y yo que tenía "Apostatar (y nunca mirar atrás)" en mi lista de tareas pendientes desde los veinte años... Lástima).
Me parezca bien o no, podría resumir, la formación católica ha determinado de modo inexorable mi percepción de la realidad (y la vuestra si os han educado en las enseñanzas de Jesús, versión Iglesia de Roma). Me pregunto si a los jerarcas les consolaría este triunfo si supieran que rechazo su concepción de la divinidad (y la existencia de una divinidad como tal, truth be told), sus dogmas, su proselitismo trasnochado, sus anacronismos, el papel que reservan a la mujer entre sus filas y otros tantos etc. Mi perfil se aleja mucho, pues, del de creyente modélica (como si me importase), y si están dispuestos a excomulgarme por ello, me ahorrarían meses de papeleo (gracias de antemano, por si acaso).
Desde finales del siglo XIX, además, la percepción de la realidad promovida desde el Vaticano (y por extensión, el cristianismo) ha tenido que ceder terreno a las evidencias difundidas por los círculos científicos; en función de la tolerancia de los altos jerarcas de cada diócesis o (término equivalente entre los protestantes), las relaciones varían desde la templada aceptación (siempre que de algún modo afiancen las enseñanzas católicas -"¿qué es el Genésis sino una metáfora del origen de la vida?"- o no interfieran en cuestiones no negociables, léase investigación con células madre) a la persecución al más puro estilo inquisitorial. La ciencia ha socavado la posición de autoridad incontestable de la que había gozado la Iglesia durante casi dos milenios, hasta el punto de arrebatarle a millones de fieles: quienes antes profesaban una fe ciega en el dios católico ahora defenderían con su vida cada palabra contenida en la revista Nature (todos los quinceañeros pasan por una etapa arrogante -insoportable- como esta). La percepción de la realidad católica discurre, en resumen, en paralelo a la visión científica de la misma: hay quienes se complacen en forzar encuentros, mientras que otros celebran los desencuentros.
Siguiendo la línea de razonamiento propuesta por M, los científicos formados en la religión católica (cristiana) no pueden evitar que sus resultados sirvan, en la medida de lo posible, para corroborar los principios básicos en que han sido educados (así, el Big Bang, el Big Crash y lo que sea que venga después serían trasuntos de la Creación, la Parusía y la posterior restauración... ¿Lo pensaría quien postuló la teoría, el sacerdote católico Georges Lemaître? ¿Estaría en esencia en las conjeturas sobre la relatividad del judío Albert Einstein, que sirvieron de punto de partida a las investigaciones de Lemaître?). La ciencia sometida al férreo control de la Iglesia la favorece: los problemas surgen cuando los científicos van por libre (¿sabría el joven Darwin la que armaría con sus publicaciones cuando embarcó con 22 años en el HMS Beagle dispuesto a recorrer mundo? ¿Por qué el cristianismo prefiere a)no mojarse b)hurgar en cada resquicio para arañar algo del prestigio de la teoría -me refiero a los defensores del diseño inteligente, o c) convertirla en anatema? ).
Conclusiones sobre mí misma hasta ahora: la religión determina la visión del mundo de las personas (visión necesariamente acomodaticia, laxa, o sería imposible el diálogo interconfesional): en ese sentido, sí sería católica; pero, dado que no creo en dios (otra cuestión es la necesidad de espiritualidad, a la que me referiré en la próxima entrada), ¿no traiciono el pilar mismo sobre el que descansa todo el entramado del catolicismo? ¿No estoy negando el sentido mismo a la religión, que pretende acercar a los fieles el conocimiento de la divinidad? ¿Deberíamos establecer una distinción entre el catolicismo como sistema de organización social y la religión católica?
Mañana (o cuando sea) más.
2 years ago