Óptica. Madre e hija. Aparte del parecido físico y las gafas, ambas llevan una venda alrededor de la articulación del codo, con un algodón que tapona la herida mínima que dejan las donaciones de sangre. Esperan a la hermana, tía, y dueña del local, que en estos momentos atiende a una cliente. Entra una señora con un perrito, pequeño, de raza indefinida (o de todas las razas, si optamos por un acercamiento holístico). El perro mueve la cola, se acerca confiado a oler pantorrillas, destila la dulzura de las criaturas que saben que no van a ser despachadas con una patada más o menos disimulada. Su dueña capta la atención que despierta su perrito en la madre y la hija, y bajo la luz de la tarde que entra por el escaparate se transforma ante sus ojos de señora con vestido floreado y bolso de mano en un director de circo con levita roja y sombrero de copa.
- Siéntate.
Apenas esbozada, la orden suena como una petición. El perro se sienta con un gesto, recogiendo con elegancia la cola bajo las patas.
-Dame la patita.
El perro extiende la pata y la dueña la estrecha con seriedad. El entregado público rompería a aplaudir si no fuera por el lugar y las circunstancias.
-Dame un besito para que lo vean las señoras.
La mujer se inclina, el perro correspone levantándose sobre las patas traseras. Madre e hija intercambian una mirada de alarma e irreprimible repulsión que dura apenas una décima de segundo. El perrito concede obsequioso, lamiendo con caballerosidad la mejilla de la dama, que imagina una ovación y se despide.
La madre, dueña también de una perrita, no puede reprimir un suspiro.
- Si a P le hubiéramos enseñado, haría estos trucos también.
La hija mira a su madre desde el sillón en el que se ha dejado caer.
- Consuélate, mamá. Ha llegado a dominar el arte humano de lanzar miradas suspicaces y sarcásticas cuando le pides que haga cualquier cosa.
2 years ago